martes, octubre 12, 2004

Oración de la noche

I
No sirven las palabras,
no funcionan
para decir aquello que sentimos.

¡Qué pésimo lenguaje, tartamudo!
(El de la poesía, incluso.)

La única elocuencia:
La de tu lengua.

II
Ella, la más salaz,
arde en las llamas
del deseo,
sin importar
su voluntad.

III
¡Qué terrible destino el del instinto!
¡Qué terrible destino
en las frágiles ansias
del muy civilizado!
¡Que delirante paradoja!
¡Y pensar que el hambriento
tan sólo piensa en devorar!

IV
Mentira:
El centro de la dicha
no era miel;

no era miel sobre hojuelas:
ni siquiera era miel...

El centro de la dicha
era fuego y ardor;
ardor sin fin y llagas,
y el corazón te duele...
si tienes corazón...

El centro de la dicha
lo palpas dulcemente
pero su nombre es Brasa;
su signo, Intensidad.

V
Tu corazón está donde tu boca
lame, gusta, deshiela.

Lo demás no ha existido:
es tan sólo un pretexto
de la canción.

VI
Lo sabes, lo sabemos,
y a veces lo podemos balbucir:
la herida que te duele
y por la cual respiras
es una condición para vivir.

VII
No hay que confiarse
a la felicidad,
pues la felicidad
es un relámpago
en medio de la espesa oscuridad.

VIII
Cuando la más salaz
se recuesta en mi pecho,
queda una quemadura
como recuerdo.

IX
Arde el amor,
escuece, quema,
como un chorro de alcohol
en la herida profunda
que no cierra.

X
Ella, la más salaz,
habita el más ardiente firmamento,
el que con tinta negra aquí trazó
la mano oscura del deseo.

El otro cielo,
ella lo llena con su luz,
ella lo baña con su fuego.

J. D. Argüelles

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