miércoles, mayo 10, 2006

Kurt, querido Kurt




No crean en todo lo que leen. Toda mi vida he puesto en duda lo que leo. Nunca he creído en la mayor parte de las cosas que leo en los libros de historia y en mucho de lo que aprendí en la escuela. He descubierto que no tengo el derecho de juzgar a alguien basado en algo que haya leído. No tengo derecho a juzgar cosa alguna. Tal es la lección que he aprendido.

Kurt Cobain, febrero de 1992


Cada vez es más frecuente aceptar que el olvido es parte de lo que hoy calificamos como “vida contemporánea”. Han pasado doce años desde que, en aquel abril de 1994, Kurt Cobain se metiera un escopetazo en pleno rostro. O se lo metieran, vaya usted a saber. Desde entonces han aparecido mil ecos de lo que representó este hombre dentro de la cultura musical de finales del siglo XX, ecos que van desde lo grotesco (como el chiste que rezaba: “¿Qué es blanco, rojo y marrón y tiene más cerebro que Kurt Cobain? La pared que estaba detrás de él cuando se disparó.”) hasta lo patéticamente laudatorio (sólo falta que Ashlee Simpson o Avril Lavigne hagan un “homenaje” a su memoria en alguno de las entregas de premios a las que son invitadas).

Cobain significó mucho para los jóvenes que estaban, en esa primera mitad de los noventa, descubriendo (o confirmando) varias cosas: la ausencia de un horizonte de futuro en el cual no estaban incluidos como protagonistas, la imposibilidad de la política (o del ejercicio viciado de la política) como un camino esperanzador para esos jóvenes, el arrasamiento cultural que el modo de vida norteamericano impulsaba como parte de la hegemonía que pretende construir desde el inicio de los tiempos, el surgimiento de movimientos nacionalistas que pugnaban por una reconceptualización de lo que se daba en llamar “identidad nacional”, asignación masiva de fuerza de trabajo en los llamados McJobs, horizontes musicales que se regodeaban en un metal maquillado y estilizado visualmente y en un pop coreográfico y homogeneizador. Para México el panorama incluía la aparición de un grupo guerrillero armado sin posibilidades reales de triunfo, el asesinato de un candidato a la presidencia y un presidente del partido político en el poder, una de las crisis económicas más graves de todos los tiempos que llevó al empobrecimiento de una gran cantidad de sus pobladores y en medio de un cinismo y descargo de responsabilidades de los gobernantes en turno. Un apocalipsis a la medida de los tenebrosos años que estaban por venir.

Años que Cobain, líder y letrista de la seminal Nirvana, no tendría oportunidad de ver. Porque el hallazgo de su cuerpo desmembrado aquel 8 de abril de 1994, en su ciudad natal, Seattle, fue la revelación (el apocalipsis, pues), de que se había encontrado el cuerpo del último rocanrolero auténtico que había pisado el suelo de la potencia más voraz del mundo y se había plantado con éxito en los reflectores del mainstream gringo. El hombre no pudo soportar tanta presión. Tal vez quiso ser congruente con aquel viejo lema del rock punk, del que era tan fiel admirador, “No confíes en nadie que tenga más de treinta años”. No quiso ser alguien indigno de confianza, se mato a los veintisiete.

Cobain revolucionó la manera en como se consideraba al músico independiente, al grupo garagero, al que eternamente se la pasa probando amplificadores de segunda mano y soñando con los públicos masivos. Si somos justos, también fue el inicio para que etiquetas como alternativo, underground e indie, entraran dentro de los léxicos del marketing musical de principios del siglo XX. Hoy se dice que la escena rocanrolera está llena de grupos indie, de nuevos moldes para jóvenes de una nueva época. Una época en la que es más importante la diversión que la conciencia, el bailoteo rítmico que el reclamo anárquico, que el salto entre la multitud, que el grito liberador. Lo independiente hoy está diseñado por el mercado.

Kurt, querido Kurt. Creo que fue una buena decisión. Ese escopetazo te ha salvado de ver la porquería en la que este mundo y, esencialmente el país del que formabas parte, se ha convertido. De ver a Courtney intentando ser una mala actriz, y consiguiéndolo. La irracionalidad del mundo no podrá compararse nunca con un balazo dado a tiempo. Sin embargo, se te extraña. Se extraña la música y la actitud. Se extraña el feeling y el tempo. Se extraña la ingenuidad destructora de tener menos de treinta.

Grunge, Nirvana, forever.

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