viernes, septiembre 08, 2006

Volver a la adolescencia

La palabra adolescente proviene del vocablo adolescere, que significa que una cosa está incompleta o en construcción. Ser adolescente impica vivir en un mundo en el que la capacidad de asombro está intacta. El tránsito por la secundaria es una de las cuestiones que más recordamos a lo largo de los años. Representa en el momento en el que la infancia se ha convertido en un pretexto poco válido para evadir las responsabilidades del mundo real: ayudar en los quehaceres domésticos, cuidar a los hermanos pequeños, acudir solo a la escuela o a la tienda. En fin.
          Sin embargo, de las cosas que aprendí en la secundaria de las que quiero hablar son cosas más mundanas. Para mí la llegada a la secundaria sí fue un verdero tránsito iniciático. Imagínenme de diez años, ah, porque antes sí se valía que si un profesor de la primaria consideraba que tenías los conocimientos para cursar el siguiente grado y no perder tu tiempo, ni el de la maestra, ni gastar la autoestima de tus compañeritos, podían avanzarte sin ninguna bronca. Pues en la primaria me briqué dos grados: el primero y el cuarto. Por lo que llegué de diez años a la secundaria. No hay un territorio más peligroso para ser el pequeño que la secundaria. Que Irak, ni qué Líbano, ni qué Acapulco, ni qué Cámara de Diputados. La secundaria para un escuincle nerd es la verdadera selva a la que hay que enfrentarse si quieres pasar a la juventud.
          Pues resulta que como era yo un teto hecho y derecho, tenía severos vacíos en mi educación vital. A eso añádanle que era el consentido de mami (por ser el mayor y el único que iba a la escuela), cuestión que se modificó de manera positiva en el momento en el que mi hermano ingresó a la escuela. Caí de la gracia de mi jefa porque ahora toda la atención se centraba en mi hermano (que era más rebelde, más contestón y menos preocupado por la escuela). Seguí cayendo en el momento en el que adquirí las siguientes mañas:

*Alburear: una de las habilidades básicas de cualquier estudiante de secu que se respete o que no quiera pasar por menso. Dicen los psicoanalistas que el albur es una forma de afirmar, reafirmar o negar la homosexualidad; dicen los sociólogos, que es la arena en la que dos machos dominantes se enfrentan para ver cuál le rendirá pleitesía a quién. Yo no sabía esto entonces, lo único que sabía era que si no sabías alburear todos se iban a pitorrear de ti. Así que tuve que tomar lecciones intensivas por correspondencia y con audiolibros tan interesantes como los siete shows de Polo Polo en vivo; los discos de Chaf y Queli; y las películas de Alberto Rojas “el Caballo”, Rafael Inclán, Luis de Alba, Lalo El Mimo; y un sinfín más de hombres avezados en el arte del albur, verdaderos doctorantes de la respuesta ràpida y fulminante. Yo hasta la fecha en albures no compito.

*Ver mujeres encueradas: Una de las cosas que tenían las películas arriba mencionadas era que en ellas salían hartas mujeres en paños menores o sin ropa. Yo nunca había visto a una chava (o a una señora, vamos ni a mi abuelita) sin nada de ropa. Y fue una revelación. Lo malo de eso es que uno se acostumbra y quiere pasar rápidamente del papel o la pantalla de tele, a la experiencia en vivo y en directo, cosa que, al menos en mi caso, no ocurrió sino hasta la prepa y con resultados decepcionantes (a escondidas y cuidando que la jefa de la circunspecta no fuera a entrar al cuarto o que el papá no apareciera de repente con una escopeta recortada). Las películas no las veíamos en el cine (mis papás no me dejaban ir al cine, porque decían que un cuarto a oscuras y con tanta gente no podía ser una buena combinación, quién sabe qué les habrá pasado o qué hacían ellos cuando iban al cine), las pelis las veíamos en la casa de uno de los amigos que, extrañamente para esos tiempos, tenía a sus dos papás trabajando. Por lo que podíamos pasar fácilmente una o dos horas viendo esas clases de anatomía y lingüística pura en unos aparatos que en ese entonces eran harto novedosos y que ustedes seguramente ni conocen: las videocasseteras. Pues resulta que un día en que estábamos en lo más interesante de la cinta en cuestión: Alfonso Zayas se acercaba a una Angélica Chaín en calzones y con miradas lascivas y arrojando fuego por todos lados. Así también entró la mamá de mi cuate que en cuanto se dio color de qué era lo que estábamos viendo, a mí me me corrió de su casa y a mi cuate se lo llevó arrastrando de las orejas hacia el patio de atrás de su casa. Al día siguiente mi amigo no se podía sentar en la butaca y entre gestos doloridos me dijo que las funciones de cine educativo se habían terminado. Yo lo sentí en el alma, pero me solidaricé con mi amigo y dije que era algo que no importaba. Hasta hoy es mi cuate. Y eso da lugar a la tercera y última de las cosas que recuerdo.

*Tener amigos guarros: Ya adaptado a la vida de secundaria resulta que lo primero que hay que hacer para sobrevivir en esos territorios es armar una banda de cuates o unirte a una ya constituida. Estas banditas funcionan como lo hacen, como decirlo, ¿han visto ustedes esa película que se llama El padrino? Pues hagan de cuenta. Fidelidad hasta la muerte. Nunca delatar a nadie y, si se arman los zopapos, entrarle a defender al compañero en cuestión. En la secu tuve la fortuna de ser aceptado por un par de cuates que eran súper respetados porque reunían todas las características de la guarrez que uno se pudiera imaginar. A mí me garantizó pasar la secu sin tantos moretones ni burlas. Pero eso sí, haciendo hartos mandados. Resulta que estos amigos fueron los que me enseñaron cosas en las cuales yo era un total ignaro: irme de pinta, nunca supuse que podía no entrar a clases, cuando lo descubrí simplemente no me gustó, primero porque mis maestros eran bien chismosos y enseguida que mi madre se enteraba que no había entrado a clases, lo que me recibía en casa no era la comida ni una madre cariñosa, sino la suela de un zapato que se estrellaba en mi humanidad, al mismo tiempo que tenía que argumentar algo para que la tunda no fuera de consecuencias fatales; y segundo, porque a mí sí me gustaba la escuela, a pesar de tener maestros bastante ordinarios, recuerdo la secundaria como una etapa de descubrimientos académicos que me han servido hasta el día de hoy. También aprendí a piropear a las niñas. Los tres guarros nos sentábamos en las escaleras de la entrada a ver pasar a las niñitas que entraban a la secu y de nuestros apestosos hocicos salían joyas tan finas como las siguientes: “Tons qué mami, a qué horas vas por la leche”, “En esa cola sí me formo”, “Si así está la cola, cómo estará la función”, “Reina, vamos a ponerle mayonesa al camarón”, “Mamacita, matemos al oso a puñaladas”, y mi preferido: “¡Ay, cómo me gustaría ser mesero! Nomás pa' acomodar mesas”. No lo voy a explicar.

En fin, que mi niñez terminó y mi adolescencia comenzó en pleno cuando un maestro de Química, el profesor Jorge, me dijo con un tono de muy pocos amigos: “¡Quién lo hubiera dicho! Tan buen niño que eras, y mírate ahora, convertido en todo un gañán”. Yo seguro que me puse colorado y bajé la mirada. El regaño fue porque el profe me había caído viendo, sin disimular, las nalgas de la profesora de Español. Seguro que por eso me gusta tanto la literatura. Pero eso es otra historia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una felicitación de cumpleaños y una sentida disculpa por no haber podido asistir. Que todo vaya chido Prof.

W.J. Porter dijo...

"... y ahora convertido en todo un gañan". Pero que frase. Yo la llevo escuchando ya varios años. Y constantemente se la digo a mis amigos. Uno pasa de la larva del niño bueno al insecto del gañan, es inevitable.
Por cierto, yo adquirí mi diploma de "Doctor en albures y guarradas" (antes solo tenia bachillerato en albures) en una prestigiosa y popis universidad donde Ud. imparte clases sobre identidad. Puede creerlo?