jueves, febrero 21, 2008

De la escritura neurótica


Hay pocas cosas en la vida que me causan un silencio y un pesar al recordarlas. Esa es la reacción que me trae, por ejemplo, recordar que le presté a un alumno de la prepa donde trabajo un libro que, yo sabía, iba a ser dificilísimo de recuperar: La ira de Dios es mayor, de uno de los autores más rescatables de las letras mexicanas contemporáneas, Víctor Roura.
          Y bien es claro que a Roura se le reconoce por su papel como director de segmentos culturales y como crítico de rock. La facha, por otro lado, le ayuda muchísimo en que la referencia de su nombre y de su escritura se quede en eso. Pues bien, que aparte de eso, Roura es escritor. Y un escritor con una manía poco reconocida y casi no utilizada: la del humor.
          En ese libro extraviado que mencionaba líneas arriba había excelentes cuentos que trataban las más inverosímiles premisas: los Reyes Magos vueltos locos a los pies (y en las alturas) de las torres de Satélite, la interrupción dominguera de la visita de los inefables Testigos de Jeohová en medio de una discusión romántica, la relación de amores imposibles, etc.
          La escritura de Roura es así, medio neurótica. Salta de una estampa a otra de una reosntruida Ciudad de México con esa crónica de lo cotidiano e inmediato. Una especie de Jorge Ibargüengoitia que, en lugar de escribir artículos de martes y jueves, elabora cuentos que aluden, al menos aparentemente, a supuesta autobiografía.
          Tuve a bien leer en estos días Las bailarinas, un volumen que encontré en alguna de esas ferias de libros de segunda mano o, más probablemente, en un tiradero de los que pululan por las colonias culturosas de nuestra ciudad. Es un libro de textos cortos en donde el timing del sketch parece ser un método de escritura explotado a conciencia. Los textos son hilarantes, pero también conservan la pretensión de lo poético (entendido como metafórico, de imágenes; no como naturaleza de su escritura). Por ejemplo, en el cuento "Nombres con una mujer adentro", me encontré una frase que ejemplifica cosas que nos han pasado a todos y que, sin duda, estamos condenados a repetir: "Hay nombres con una mujer adentro que se le escapan a uno, sin remedio".
          Pero lo esencial de la lectura de Roura es lo lúdico de saltar de una escena a otra, las dos totalmente improbables, pero por completo verosímiles. Cuentos que van de la invasión de una anciana y un niño de la calle al sótano de la casa del narrador para echar una cáscara de futbol, o de las discusiones de semántica en una clase de yoga, o de lo parecido que resulta lidiar con un perro faldero cuando éste tiene nombre de mujer, o de la compra de tres peces que al dar vueltas en su jaula de cristal inciden en un brote repentino e ilógico de paranoia por parte del narrador, o de la segregación que sufre un pasajero de microbús al abordar el repleto medio de transporte. En fin.
          Totalmente recomendable y ligero para los días en que uno no se quiere azotar con los tremendismos de los nuevos escritores o la depresión paradigmática de los viejos. Salud (con ron).

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