miércoles, enero 28, 2009

Kafka esquina Sartre antes de Amparo Dávila

El animal sobre la piedra de la jovencísima Daniela Tarazona (Ciudad de México, 1976 [a los autores de mi generación habrá que irlos considerando "jovencísimos" en beneficio propio]) es una novela extraña. No es la literatura que suelo leer, o que me guste leer, o que compraría por motu propio. Y, sin embargo, es una novela que compré, que leí de principio a fin y que resultó gustarme de una forma, también, extraña.
          La trama es simple (o eso parece), una mujer emprende un viaje hacia algún lugar en busca de la paz vital que no ha podido encontrar. En ese viaje comienza una transformación que la convierte en un reptil que oscila entre las iguanas y los monstruos de Gila. Lleno de escamas, mudando piel, venenoso. La trama es, también, la crónica de una paciente psiquiátrica que cree que se está volviendo reptil. Además, la trama es, por otro lado, la búsqueda incesante en el interior de la narradora de eso que llaman la esencia o el espíritu, o la existencia.
          La acompañan en su viaje un hombre que es testigo de la metamorfosis y un oso hormiguero que se comporta como perro. No hay, como en el Samsa de Kafka, una reflexión sobre la discriminación o el desgaste paulatino pero creciente de la tolerancia hacia el otro. Hay una introspección meditada, documentada (a veces por el hombre, a veces por la propia narradora). La disposición del texto es absolutamente fragmentaria, con una gran cantidad de blancos tipográficos. Esa proliferación de espacios-tiempos que se alternan o se rompen, le otorgan un ritmo constante, pero al mismo tiempo pausado, al texto. Se disfruta la lectura, a pesar de que es una tensión que no encuentra grandes picos ni sorpresas. El final es lindo, redondo. Una sola oración que reacomoda las reflexiones que uno mismo se hace acerca de lo que se es y lo que se quiere. El siguiente es uno de los fragmentos que más me gustaron:
Mientras reptaba me fue imposible escribir y mi comportamiento sólo anotó lo que le parecía de valía. Apenas unas páginas antes, él tuvo oportunidad de contar algunos pormenores dictados por mí y escribió mi nombre como lo pronuncié. Fue entonces cuando me enamoré de él; meses antes de que esta emoción fuese contundente, supe que mi compañero también me quería. Yo no necesitaba muchas horas de sueño para recomponerme y fingía que estaba soñando para que él se acercara. Lo hizo una o dos veces, semanas antes de desaparecer. En la última, se sentó en una silla para verme dormir, entonces, dijo que no entendía de dónde había venido yo -se refería a mi origen, a mi primera vida- después, me acarició el vientre y añadió: "Moriré sin conocerte".
Daniela Tarazona, El animal sobre la piedra, México, Almadía, 2008.

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