jueves, septiembre 16, 2010

El año que fuimos imperio

Agustín de Iturbide consiguió lo que ningún otro personaje independentista: poner de acuerdo a los partidarios de la monarquía borbonista y a los republicanos con los que se había aliado. Lo único malo es que se encontraban de acuerdo en contra del autonombrado emperador. A partir de los Tratados de Córdoba, la independencia de México ostentó la etiqueta de “monarquía” a partir de los entuertos de Iturbide.
           Los criollos y españoles que se habían declarado como seguidores de la independencia a partir de la derrota que supuso el reconocimiento de Fernando VII a las reformas liberales de Cádiz, no apoyaban sinceramente la independencia mexicana. Su esperanza era que el “Imperio Mexicano” terminara gobernado por un noble español que protegiera sus personas, propiedades y prerrogativas.
Quiero mexicanos que si no hago la felicidad del Septentrión, si olvido algún día mis deberes, cese mi Imperio: observad mi conducta, seguros que si no soy por ella digna de vosotros, hasta la existencia me será odiosa. ¡Gran Dios!, no suceda que yo olvide jamás que el príncipe es para el pueblo y no el pueblo para el príncipe.
Toma de protesta de Agustín I,
21 de julio de 1822.
Ante la negativa a reconocer la independencia de su colonia más rica y, en consecuencia, ante la nula llegada de un heredero al trono del recién parido imperio, Iturbide decide instalar una junta de gobierno donde sobresalen los criollos y españoles de la clase alta y conservadora. Se hace a un lado a los insurgentes distinguidos e, incluso, a algunos de ellos como a Nicolás Bravo y a Guadalupe Victoria se les acusa de conspirar en contra del Imperio y son perseguidos. Poco después, y ante el descontento de diversos diputados del Congreso del imperio y criollos opositores al imperio de Iturbide, éste decide suprimir el Congreso y nombrar una Junta Instituyente que se hiciera cargo de elaborar una normatividad acorde con el nuevo estado de cosas. Es así como Servando Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante, acusados del “terrible delito” de ser republicanos, son hechos presos.
¡Dios nos libre de emperadores o reyes! Nada cumplen de lo que prometen y van siempre a parar al despotismo. Rey es sinónimo de atraso; los reyes son ídolos levantados por la adulación; rey y libertad son incompatibles; la naturaleza no hizo reyes. El gobierno republicano es sinónimo de verdadera y completa libertad.
Servando Teresa de Mier
La oposición a estas medidas no se hace esperar, la disolución del Congreso debilitaba al imperio, más que fortalecerlo. Aparece la casta militar formada durante el proceso independentista como un elemento de presión poderoso y definitivo. Antonio López de Santa Anna hace su aparición en la historia de México proclamando el Plan de Casa Mata reclamando que Iturbide reinstale el Congreso. Cuando éste decide hacerlo, las cosas han tomado otros derroteros: el primer emperador de México, Agustín I, abdica ante el Congreso que él mismo había disuelto. El Congreso determina que su coronación había sido ilegal y que, por lo tanto, el imperio mexicano nunca había existido. Se envía a Iturbide al exilio y, sin que éste se entere, se le declara como traidor a la patria, por lo que deberá ser apresado si volvía a poner un pie en territorio mexicano.
¡Triste es la situación del que no puede acertar y más triste cuando está penetrado de esta impotencia! Los hombres no son justos con los contemporáneos; es preciso apelar al tribunal de la posteridad, porque las pasiones se acaban con el corazón que las abriga.
Agustín de Iturbide
en su abdicación,
22 de marzo de 1823
El emperador derrocado marcha hacia Italia y después se dirige a Inglaterra donde publica sus memorias de la lucha independentista. En Inglaterra se entera de la posibilidad de que los poderes europeos envíen una fuerza expedicionaria a México para reconquistar el territorio a favor de la corona española. Decide regresar a México y desembarca en Soto La Marina el 19 de julio de 1824, convencido de que puede reunir fuerzas suficientes para intentar recuperar el poder. Sin embargo, es juzgado y ejecutado en Padilla, Tamaulipas.
El tal Iturbide ha tenido una carrera algo metéorica, brillante y pronta como una brillante exhalación. Si la fortuna favorece la audacia, no sé por qué Iturbide no ha sido favorecido, puesto que en todo la audacia lo ha dirigido. Siempre pensé que tendría el fin de Murat. En fin, este hombre ha tenido un destino singular, su vida sirvió a la libertad de México y su muerte a su reposo. Confieso francamente que no me canso de admirar que un hombre tan común como Iturbide hiciese cosas tan extraordinarias. Bonaparte estaba llamado a hacer prodigios, Iturbide no, y por lo mismo los hizo mayores que Bonaparte. Dios nos libre de su suerte, así como nos ha librado de su carrera, a pesar de que no nos libremos jamás de la misma ingratitud.
Carta de Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander,
Lima, Perú,
6 de enero de 1825
A partir de la muerte de Iturbide, México entraría en una fase de luchas intestinas entre la clase política que emergía con características particulares en ese albor del siglo XIX: militares, liberales republicanos, criollos ilustrados, criollos propietarios, el clero. A lo largo de todo el siglo, el país estaría sumido en las luchas inauguradas por la contradicción conceptual que representó el Abrazo de Acatempan: dos proyectos de nación que chocaban por la naturaleza de sus intereses.
          No está de más recordar los versos que Servando Teresa de Mier escribió para celebrar la muerte de Iturbide y que se convierten en un oráculo fatal para la historia futura del país:
Y sabrán todos los reyes
que si amor patrio se enciende
jamás impune se ofende
ni a los pueblos ni a las leyes.
Tenga el tirano presente
y su gavilla falaz
que la era de la paz
a todos por igual mide
y como acabó Iturbide
acabarán los demás.

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