jueves, septiembre 16, 2010

La Patria es primero


El fusilamiento de Morelos estableció un momento de crisis creciente en el proceso independentista. El recrudecimiento de las acciones militares, así como el nombramiento de Félix María Calleja, orilló a muchos de los insurgentes a disgregarse y tratar de continuar el movimiento con los recursos que pudieran avenirse. De esta manera, los esfuerzos que Morelos había logrado de manera eficiente conjuntar, se ven fragmentados y sus esfuerzos orillados casi a lo anecdótico. Este tercer momento de la insurgencia se conoce como el periodo de la resistencia. El periodo en donde las fuerzas insurgentes ven mermados sus éxitos, pero también el momento en el cual los realistas no pueden terminar de raíz con los focos que siguen operando en diversas zonas del territorio nacional.
Preséntense en los pueblos todos los que quieran demarcarse con el glorioso nombre de ciudadanos, formen sus asambleas y con franqueza apliquen los procedimientos que les parezcan más convenientes, no a la libertad mía, no a la de sus propias personas o a la de los intereses particulares, sino a la libertad general y al beneficio común.
Vicente Guerrero,
sur de México,
30 de septiembre de 1815.
Es el momento de Vicente Guerrero en las montañas del sur y del exilio de Guadalupe Victoria a la selva veracruzana. Guerrero elegirá la lógica de la guerra de guerrillas: mantendrá en jaque a las tropas españolas, pero no dominará un territorio de manera consistente. Sin embargo, es a éste a quien se le reconoce la mayor perseverancia en su intento por mantener un ejército insurgente y en procurar la reorganización de éste.
Animado siempre del amor a la libertad, pensé defender su causa donde mis esfuerzos fuesen sostenidos por la opinión y donde pudiesen ser más benéficos a mi patria oprimida y más fatales a su tirano. De las provincias de este lado del océano saca los medios de su dominación, con ellos se combate por la libertad: así desde ese momento la causa de los americanos fue la mía. Sólo el rey, los empleados y los monopolistas son los que se aprovechan de la sujeción de América en perjuicio de los americanos. Ellos, pues, son sus únicos enemigos y los que quisieran eternizar el pupilaje en que los tienen a fin de elevar su fortuna y la de sus descendientes sobre las ruinas de este infeliz pueblo. Ellos dicen que la España no puede existir sin la América; y esto es cierto si por España se entienden ellos, sus parientes, amigos y favoritos; porque emancipada la América no habrá gracias exclusivas, ni ventas de gobiernos, de Intendencias y demás empleos de Indias; porque abiertos los puertos americanos a las naciones extranjeras, el comercio pasará a una clase más numerosa e ilustrada; y porque libre la América revivirá induvitablemente la industria española sacrificada en el día a los intereses rastreros de unos pocos hombres.
Francisco Xavier Mina,
Proclama a los españoles y americanos,
Soto La Marina,
25 de abril de 1817.
La guerra de guerrillas se verá dinamizada por la llegada de un militar español convencido de que la libertad era un ideal que no tendría que supeditarse a la nacionalidad: Francisco Xavier Mina. Éste era un caudillo de la lucha de independencia de España en contra de Francia, que se encontró en Londres con un exiliado del movimiento independentista mexicano, Servando Teresa de Mier. Teresa de Mier convenció a Mina de dirigirse a México para incorporarse al ejército insurgente. Pasa de Inglaterra a los Estados Unidos, donde logra fletar tres barcos con un ejército multinacional y desembarca en Soto La Marina, Tamaulipas el 15 de abril de 1817.
          Mina obtiene varias victorias, pero la desconfianza de los demás jefes independentistas y la falta de apoyo, ocasiona que sea preso apenas seis meses después de su llegada al país. A pesar del reducido tiempo que Mina estuvo involucrado en la lucha, dejó claros dos preceptos que es necesario no pasar por alto: el primero es que esta etapa del siglo XIX había iniciado una corriente de pensamiento que podría relacionarse con el movimiento del Romanticismo, que había convertido a muchos individuos en fervientes defensores de los valores que la Revolución Francesa había enarbolado: igualdad, libertad, fraternidad; el segundo punto tiene que ver con la manera en cómo la política española incidía de manera directa en la situación política allende el territorio europeo: Mina declaró varias veces que no combatía contra España, sino contra la tiranía que Fernando VII había establecido en España al abolir la Constitución de Cádiz.
Señores, éste es mi padre, ha venido a ofrecerme el perdón de los españoles y un trabajo como general español. Yo siempre lo he respetado, pero la patria es primero.
Vicente Guerrero
a su padre Pedro Guerrero, enviado del virrey Apodaca
para convencerlo de aceptar la amnistía ofrecido por la corona española.
Y será precisamente otro evento en España lo que aceleraría el movimiento independentista de México. El general Rafael del Riego decide rebelarse contra el régimen absolutista de Fernando VII y obligarlo a que jure la Constitución de Cádiz. Esto implicaba la abolición de los virreinatos y el retorno al status de provincias que habían tenido las colonias durante el periodo constitucionalista de 1812-1813. Es decir, se adoptaba una monarquía parlamentaria en donde el ejercicio del poder se vería modificado de manera tal que no convenía a los intereses de los criollos y españoles en las colonias de América. Por poner un ejemplo, la Constitución restringía el poder del ejército y el clero.
          Es entonces cuando aparece la figura de Agustín de Iturbide. El virrey Apodaca es convencido de que nombre a Iturbide comandante de los ejércitos del Sur y lo envíe a combatir a Vicente Guerrero, a quien ninguna amnistía (ni siquiera la que fuera ofrecida por medio de su padre) había logrado doblegar o convencer para abandonar la lucha. Iturbide logra ponerse en contacto con el caudillo del sur y convencerlo de aceptar una alianza a fin de consumar la independencia de México. El trato implicaba el mantenimiento de las prerrogativas de los españoles y criollos, lo cual se convirtió en la ganancia de éstos; y por el otro, la independencia de España, por la cual los insurgentes habían combatido durante una década.
Este es el tiempo más precioso para que los hijos de este suelo mexicano, así legítimos como adoptivos, tomen aquel modelo, para ser independientes no sólo del yugo de Fernando VII, sino aún de los españoles constitucionales.
Guerrero, carta a Carlos Moya,
17 de agosto de 1820.
Las opciones para los insurgentes, vistas en perspectiva, no eran demasiadas. Implicaba prolongar la lucha insurgente en condiciones similares a las que se había mantenido a partir de la muerte de Morelos, aprovechando quizá los beneficios que la Constitución de Cádiz había previsto para sus colonias, pero siguiendo bajo el dominio europeo; o plantear la posibilidad de construir una nación en acuerdo y conservando los privilegios de españoles y criollos. La decisión de Guerrero estuvo con la causa de la independencia, por lo cual signó la alianza con Iturbide resumido en el Plan de Iguala y se le entregó el mando del Ejército de las Tres Garantías (religión, independencia, unión).
          De tal manera que el 24 de agosto de 1821, Juan de O’Donojú, el primer y último jefe político superior de la Nueva España nombrado por la revolución liberal, firmó en Córdoba, Veracruz los tratados que reconocían la independencia de la Nueva España del poder peninsular. El ejército se dirigió entonces a la ciudad de México.
Americanos, bajo cuyo nombre comprendo no sólo los nacidos en América, sino a los europeos, africanos y asiáticos que en ella residen: tened la bondad de oírme. Trescientos años hace la América Septentrional de estar bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. La España la educó y engrandeció, formando esas ciudades opulentas, esos pueblos hermosos, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del universo van a ocupar lugar muy distinguido. Aumentadas las poblaciones y las luces, conocidos todos los ramos de la natural opulencia del suelo, su riqueza metálica, las ventajas de su situación topográfica, los daños que origina la distancia del centro de su unidad, y que ya la rama es igual al tronco; la opinión pública y la general de todos los pueblos es la de la independencia absoluta de la España y de toda otra nación. Es llegando el momento en que manifestéis la uniformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños. Al frente de un ejército valiente y resuelto he proclamado la independencia de la América Septentrional. Es ya libre, es ya señora de sí misma, ya no reconoce ni depende de la España, ni de otra nación alguna. Saludadla todos como independiente, y sean nuestros corazones bizarros los que sostengan esta dulce voz, unidos con las tropas que han resuelto morir antes que separarse de tan heroica empresa.
Agustín de Iturbide,
Plan de Iguala, 24 de febrero de 1821
El 27 de septiembre de 1821 el Ejército de las Tres Garantías desfilaba triunfante en el centro político del país. Era la primera vez en once años que los insurgentes pisaban la ciudad. Después de años de lucha continuada y extenuante, finalmente los objetivos que habían surgido en la madrugada del 16 de septiembre de 1810 parecían cristalizarse. Los saldos de la lucha eran tremendos: se contabilizan entre 400 000 y medio millón de muertos durante la lucha, es decir, de cada 100 mexicanos de la época, 12 pagaron con su vida; la endeble economía colonial se encontraba prácticamente destruida, con un énfasis especial en la minería; y el clima político anunciaba tormentas durante un largo tiempo posterior a la obtención de la independencia. Pero, se podría apuntar, ésta se había conseguido.
          Sin embargo, el final era confuso: la independencia la consumaba un general realista que había combatido a los insurgentes más representativos. Se firmaba la independencia, pero se mantenía la estructura social, una de las causas por las que muchos de los hombres que perdieron la vida se habían unido a la revolución. Iturbide se las había ingeniado, además, para que la posibilidad de una monarquía se cristalizara en una realidad en suelo mexicano (algo con lo que los liberales más radicales, como el padre Mier, no estaban de acuerdo). Las primeras opciones eran Fernando VII o alguno de los integrantes de la familia real. Si esto no fuera posible, la opción se abriría para un nativo del país. Y todos sabían quién era el candidato “natural”.

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