martes, septiembre 14, 2010

Patria, hoy nacerás del pueblo como entonces

Apunta algún historiador que hacia 1812 Napoleón Bonaparte dijo que si tuviera cinco generales como Morelos, conquistaría el mundo. Después de la captura y ejecución de Hidalgo y de los primeros insurgentes, la lucha se centró en la figura de José María Morelos y Pavón, un sacerdote que había pretendido unirse a Hidalgo en su marcha militar hacia la ciudad de México en 1810. Sin embargo, el sacerdote michoacano había sido comisionado por Hidalgo de levantar un ejército en el sur y tomar el puerto de Acapulco, a fin de facilitar el control del vasto territorio de la Nueva España.
Veo de sumo interés escoger la fuerza con que debo atacar al enemigo, más bien que llevar un mundo de gentes sin armas ni disciplina. Cierto que pueblos enteros me siguen a la lucha por la independencia; pero les impido diciendo que es más poderosa su ayuda labrando la tierra para darnos el pan a los que luchamos y nos hemos lanzado a la guerra.
José María Morelos y Pavón,
noviembre de 1810.
Esta segunda etapa de la lucha de independencia está caracterizada por el papel preponderante que Morelos tuvo en los acontecimientos que siguieron a la derrota del movimiento popular y de masas que había liderado Hidalgo. Con Morelos aparece la perspectiva de organización militar, el ejercicio de la disciplina y del reparto de tareas como cuestión necesaria para conseguir el triunfo de la causa. Aparece también la preocupación de generar un marco normativo que permitiera pensar a la Nueva España como un concepto a superar para fundar la nueva nación mexicana. Porque Morelos lleva sobre sus hombros dos tareas importantísimas: mantener la lucha guerrillera en el campo de batalla y, al mismo tiempo, preparar el camino para la elaboración de leyes que permitieran una organización eficiente de los esfuerzos militares en el campo político.
A excepción de los europeos, todos los demás habitantes no se nombrarán en calidad de indios, mulatos, ni otras castas, sino todos generalmente americanos. Nadie pagará tributo, ni habrá esclavos en lo sucesivo, y todos los que tengan serán castigados. No hay cajas de comunidad y los indios percibirán los reales de sus tierras como suyas propias.
Morelos,
17 de noviembre de 1810.
Los nombres más brillantes de la lucha militar están asociados a su nombre: Nicolás Bravo, Hermenegildo Galeana, Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria; pero también los nombres más brillantes de la organización legislativa (la primera que conoció el país) y el pensamiento intelectual están unidos a su inspiración y aliento: Andrés Quintana Roo, Ignacio López Rayón, José María Cos, Carlos María de Bustamante José Manuel de Herrera, José Sotero Castañeda, Cornelio Ortiz de Zárate, Manuel de Aldrete y José María Ponce de León. Es decir que, en estos primeros años del proceso independentista queda clara una división fáctica entre los hombres que colaboraban en el campo de batalla imponiendo derrotas a los ejércitos realistas, y aquellos que dirigían sus esfuerzos a la construcción de instituciones y un marco normativo que pudiese regir la nación que pretendían construir. Morelos se encontraba como mediador y como el personaje que logró sintetizar las dos tareas.
Los labradores se subdividirán en tropa viva o veterana y urbana. Tropa viva se reputa aquella que está siempre al frente del enemigo o guardando alguna plaza conveniente al frente o fronteriza; y las urbanas son aquéllas que estén destinadas a la defensa de las poblaciones, las que se armarán de lanza, honda, machete y flecha, como está determinado para los labradores, militarán sin sueldo y harán sus ejercicios los días de fiesta.
Morelos en Acapulco,
12 de abril de 1813.
En el campo militar, la imagen de Morelos se agranda en el momento en que consigue resistir los embates de un general Calleja que ve con admiración la manera en que los insurgentes logran resistir y romper el sitio que les ha impuesto en la ciudad de Cuautla. Morelos y sus lugartenientes logran conservar el sentido popular de la insurrección pero, al mismo tiempo, consiguen que su ejército sea una fuerza poderosa y mantenga a raya los intentos de reconquista de los territorios dominados por la insurrección. Se puede decir que, hasta 1815, la rebelión se mantuvo firme y en avanzada, a pesar de las disputas que se daban de manera esporádica entre el mando militar. Entre éstas vale resaltar la que Morelos tuvo con Ignacio Rayón con respecto al papel de la guerra de guerrillas que se había desatado en Puebla y Michoacán; mientras Morelos reclamaba el hecho de que las guerrillas no podían mantener a las poblaciones bajo su control, Rayón argumentaba que el papel de los guerrilleros, al conocer mejor el terreno que los realistas, les permitía diezmar de manera reiterada al ejército español.
La soberanía dimana inmediatamente del pueblo, reside en la persona del Señor Don Fernando Séptimo y su ejercicio en el Supremo Congreso Nacional Americano.
Elementos Constitucionales de la Suprema Junta,
1812.
Pero es en el papel organizativo y legislativo donde la figura de Morelos se hace grande y se ubica como uno de los principales constructores de instituciones en nuestro país. Es un convencido de que los esfuerzos de los primeros insurgentes erraron en la perspectiva de defensa de una unidad metrópoli-colonia contra la invasión peninsular francesa y a favor de Fernando VII, y que lo conducente era proponer la constitución de un organismo que se hiciera depositario de la soberanía que, con el desconocimiento de José Bonaparte (“Pepe Botella”, hermano de Napoleón), quedaba vacante.
1. La soberanía reside en la masa de la nación. 2. España y América son partes integrantes de la monarquía, sujetas al rey, pero iguales entre sí y sin dependencia o subordinación de una respecto a la otra.
Elementos Constitucionales de la Suprema Junta,
1812.
Surge así, con el impulso de Morelos, Rayón y Quintana Roo, la Suprema Junta Nacional Gubernativa, a imagen de las Juntas Provinciales que en España habían conseguido la promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812 y que lograron emocionar a los insurgentes de la colonia a partir del reconocimiento de igualdad que los preceptos de Cádiz proponían. Sin embargo, si para las colonias nunca hubo duda con respecto de la pertenencia de identidad a la metrópoli, en ésta las diferencias eran más que evidentes y se reducían a una conclusión incuestionable: las colonias no pertenecían a España, eran dominios y estaban supeditadas a ésta. Por lo anterior, el supuesto reconocimiento de igualdad dejaba de tener efecto. Para los criollos líderes de la rebelión, el desaire de los constitucionalistas españoles sólo alentó algo que se respiraba en el aire desde las primeras proclamas de Hidalgo: la necesidad de declararse independientes del poderío español y asumir el control y administración de lo que tendría que dejar de ser, por lógica, la Nueva España.
Nuestra principal demanda es que los europeos resignen el mando y la fuerza armada en un Congreso Nacional, independiente de España, representativo de Fernando VII, que afiance sus derechos en estos dominios.
Elementos Constitucionales
de la Suprema Junta,
1812.
Es así como, después de plantear la necesidad de que la Suprema Junta se convierta en Congreso, inicia la historia legislativa de nuestro país. Morelos escribe los Sentimientos de la nación, uno de los documentos en los que se refleja el anhelo de libertad total con respecto de la administración de la corona, no así en lo que concierne a la cuestión religiosa. Una de las cuestiones que quedará asentado con la mayor vehemencia en los documentos emanados del Congreso itinerante debido a la presión militar de Calleja, es el carácter irrenunciable a la religión católica. Morelos retoma la imagen de la Virgen de Guadalupe para conservar el apoyo de las bases que conformaban su ejército.
Declaramos solemnemente que queda rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español; que el presente Congreso es árbitro para establecer las leyes que le convenga para el mejor arreglo y felicidad interior, para hacer la guerra y paz y establecer alianzas con los monarcas y repúblicas del antiguo continente no menos que para celebrar concordatos con el sumo pontífice romano, para el régimen de la Iglesia católica, apostólica y romana, y mandar embajadores y cónsules; que no profesa ni reconoce otra religión más que la católica, ni permitirá ni tolerará el uso público ni secreto de otra alguna; que protegerá con todo su poder y velará sobre la pureza de la fe y de sus dogmas y conservación de los cuerpos regulares; declara por reo de alta traición a todo el que se oponga directa o indirectamente a su independencia, ya sea protegiendo a los europeos opresores, de obra, palabra o por escrito, ya negándose a contribuir con los gastos, subsidios y pensiones para continuar la guerra hasta que su independencia sea reconocida por las naciones extranjeras; reservándose al Congreso presentar a ellas por medio de una nota ministerial, que circulará por todos los gabinetes, el manifiesto de sus quejas y justicia de esta resolución, reconocida ya por la Europa misma.
Congreso de Anáhuac,
Acta Solemne de la Declaración
de
Independencia de la América Septentrional,
6 de noviembre de 1813
El Decreto constitucional para la libertad de la América Mexicana, que es el nombre oficial para la denominada posteriormente Constitución de Apatzingán, establece dos principios fundamentales que regirían el espíritu de las determinaciones asentadas en tal documento: por un lado, legitimaba el uso de la fuerza a fin de hacer respetar las leyes, es decir, establecía el derecho de uso de la violencia por parte del poder público, incluso en contra del pueblo; y, por el otro, declaraba inalienable el derecho de los pueblos a reclamarle a un gobierno su falta de efectividad o imparcialidad, es decir, establecía el derecho a la rebelión del pueblo, si éste determinaba que el estado de cosas debía modificarse.
          El Decreto, por otro lado, hacía eco de los principios liberales de igualdad, justicia y búsqueda de la felicidad que se podían rastrear en los textos de la Ilustración, la Revolución francesa y la independencia de los Estados Unidos. Declaraba que cualquier ciudadano, sin importar su origen o condición, debía tener voz a fin de presentar propuestas que pudiesen ser atendidas o desarrolladas por los poderes investidos en el Congreso. Es decir, se planteaba una serie de principios de modificación de la estructura social y política que, sin embargo, no podía abolir por decreto la inercia que tres años de dominación española y de intereses criollos habían generado. Si bien el discurso era de naturaleza popular y las reivindicaciones eran justicia pura a oídos de los mestizos, indígenas y los más pobres de la nación; también es cierto que, como reconocería el propio Morelos, el peor defecto de la Constitución de 1814 es que era impracticable en las condiciones en las que se encontraba la lucha.
          El retorno de Fernando VII al trono de España el mismo año de la promulgación de la constitución generó dos cuestiones fundamentales: el envío de tropas para impedir la independencia de sus colonias en América, lo que fortaleció el papel del virrey Calleja en Nueva España y que a la postre permitió el arresto y ejecución de Morelos; y, por otro lado, el desconocimiento de Fernando VII de las disposiciones de la Constitución de Cádiz y la persecución de muchos de los rebeldes que permitieron su retorno al trono español, convenció finalmente a muchos de los criollos de que no quedaba otro camino más que el de la independencia total de las colonias.
Soy siervo de la Nación, porque esta asume la más grande, legítima e inviolable de las soberanías; quiero que tenga un gobierno dimanado del pueblo y sostenido por el pueblo; que rompa todos los lazos que la sujetan, y acepte y considere a España como hermana y nunca más como dominadora de América. Quiero que hagamos la declaración de que no hay otra nobleza que la de la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos; que no hay privilegios ni abolengos, que no es racional, ni humano, ni debido, que haya esclavos, pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los de más rico hacendado; que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario; que se declare que lo nuestro ya es nuestro y para nuestros hijos, que tengan una fe, una causa y una bandera, bajo la cual todos juremos morir, antes que verla oprimida, como lo está ahora y que cuando ya sea libre, estemos listos a defenderla.
Morelos,
según testimonio de Andrés Quintana Roo,
en la víspera de instalación del Congreso, Chilpancingo,
13 de septiembre de 1813.
Morelos estaba destinado a no ver lo que ocurriría con el proyecto en el que había invertido sus ideales, su talento militar y su capacidad legislativa y de negociación. Había conseguido orientar el movimiento popular que se había construido espontánea pero desordenadamente con Hidalgo, había logrado conformar un congreso que había redactado una constitución, había logrado desterrar la tentación monárquica del proceso independentista. Pero todo había resultado en un plan frustrado; fue degradado eclesiásticamente y ejecutado en Ecatepec por miedo a un motín si la ejecución se realizaba en la ciudad de México. En el camino al paredón, Morelos intentó hincarse ante el cerro del Tepeyac, en la basílica de la Virgen de Guadalupe, pero el peso de las cadenas que le habían impuesto se lo impidió. Murió de espaldas al pelotón de fusilamiento el 22 de diciembre de 1815. Las disposiciones legislativas que el Congreso de Anáhuac, primera denominación de un congreso emanado del pueblo, había dictado, serían mutiladas y transformadas a conveniencia de los beneficiarios que el proceso descubriría en la continuidad de su desarrollo. Nunca como con Morelos, al menos durante los once años de lucha independentista, el pueblo estuvo cerca de realizar el idealismo que sus sueños les hacía parecer como destino: justicia, libertad y soberanía.

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