viernes, noviembre 05, 2010

Tu barro suena a plata...


El mexicano celebra. Está en la configuración de su identidad, según la visión folclórica que se ha construido. Derrocha en la fiesta. Se endeuda con tal de quedar bien. Simula lo que no tiene, con tal de que, durante unos momentos, los demás crean que realmente posee lo que presume ostentosamente. México celebra su fiesta del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución con un extraordinario derroche de recursos mediáticos y discursivos. Durante 2010, todos los eventos organizados por los gobiernos llevarán la referencia del festejo. Y más aún, la fiesta de celebración será fastuosa e hiperbólica. Fuegos artificiales al por mayor. Derroche de sentimiento “nacionalista” desde las pantallas de televisión, los spots radiofónicos, los desplegados de los diarios, los espectaculares a la orilla de la carretera. Uno es mexicano si se sintoniza con esas fanfarrias y redobles. Si no, se corre el riesgo de parecer un amargado y un aguafiestas.
          2010, como aquel 1910 de don Porfirio, es un año complicado para la vida nacional. Con una crisis económica en marcha, sin una perspectiva clara de recuperación, el bicentenario alcanza a un gobierno en crisis de legitimidad, con saldos negativos en temas fundamentales como la seguridad, el empleo y la administración de la justicia. No se puede pensar en un festejo de algo que no se ha consolidado de ninguna manera. No podemos celebrar la independencia si seguimos dependiendo de gobiernos extranjeros. No se puede festejar las luchas de Madero, Zapata y Villa si sus anhelos de igualdad no son una realidad tangible en nuestra sociedad.
Nada como los bicentenarios para concitar fantasías de progreso, paz y comunión en nuestras alicaídas democracias. O al menos así lo piensan nuestros políticos: una buena borrachera para distraer la atención de la gigantesca crisis económica que, como un tifón largamente anunciado, golpea con toda su fuerza a la región; una cortina de humo para ocultar o al menos opacar la inseguridad, la corrupción y la miseria de nuestras repúblicas.
          No quiero sonar como uno de esos malignos alarmistas aguafiestas que no se cansan de embutirnos su amargura y señalan una y otra vez que América Latina nada tendría que festejar en 2010: todos los países necesitan de vez en cuando unas sesiones de terapia que, más que obligarlos a evaluar su pasado, les permita tolerar que las infinitas promesas lanzadas por sus próceres no se hayan cumplido en el presente. Pero tampoco nos llevemos a engaño: el circo jamás ha funcionado como aglutinador social sin el pan que debe acompañarlo, y América Latina canta a sus raíces en una época de vacas flacas, flaquísimas, que no invitan a la pura descarga de emotividad. México, en 1910, fue ya ejemplo: a las majestuosas ceremonias organizadas por el dictador Porfirio Díaz con motivo del primer centenario de la independencia les siguieron, apenas una semanas después, los estallidos de una larga y sangrienta revolución.
Jorge Volpi,
El insomnio de Bolívar
Queda mucho camino por andar para que podamos, sin rubor, festejar nuestra independencia y nuestra revolución. Tenemos que seguir caminando en el sendero de los acuerdos, de las propuestas de proyecto de nación incluyente, tolerante y asuntivo de todas las expresiones culturales que se expresan en este país. Debemos seguir esforzándonos por entender qué somos y qué es lo que nos define como mexicanos. Cuáles son los elementos en que se pueden ver reflejados los más de cien millones de personas que se agrupan bajo el gentilicio de “mexicanos”.
          Dirán algunos que se han conseguido avances en la consolidación del proyecto de nación. Que la situación de desigualdad no es dramática como la experimentada por los novohispanos de la independencia o los mexicanos de albores del siglo XX. Y tienen razón, pero tampoco se pueden hacer a un lado las graves carencias y las desigualdades que sobreviven a doscientos años del inicio de nuestra vida como país independiente. Porque, en muchos sentidos, aquel 16 de septiembre de 1810 marcó el inicio de nuestra historia patria. Fue el momento en que se pensó de manera consciente creer en la posibilidad de manejar nuestro destino de manera autónoma y sin ningún rectorado o subordinación.
La historia que nos han enseñado es francamente aburridísima. Está poblada de figuras monolíticas, que pasan una eternidad diciendo la misma frase: “la paz es el respeto al derecho ajeno”, “vamos a matar gachupines”, “¿crees tú acaso, que estoy en un lecho de rosas?”, etcétera.
          Los héroes, en el momento de ser aprobados oficialmente como tales, se convierten en hombres modelo, adoptan una trayectoria que los lleva derecho al paredón, y adquieren un rasgo físico que hace inconfundible su figura: una calva, una levita, un paliacate, bigotes y sombrero ancho, un brazo de menos. Ya está el héroe, listo para subirse en el pedestal.
          Todo esto es muy respetuoso, ¿pero quién se acuerda de los héroes? Los que tienen que presentar exámenes. ¿Quién quiere imitarlos? Yo creo que nadie. Ni los futuros gobernadores.
          Cuando ve uno pasar un camión que dice: “El Pípila vivió ochenta años”, piensa uno para sus adentros: “cuestión que no me importa”, y tiene uno toda la razón.
          Pero si la Historia de México que se enseña es aburrida, no es por culpa de los acontecimientos, que son variados y muy interesantes, sino porque a los que la confeccionaron no les interesaba tanto presentar el pasado, como justificar el presente.
Jorge Ibargüengoitia,
Instrucciones para vivir en México
La transformación del país ha respondido a las situaciones históricas que los que nos antecedieron tuvieron que sortear. Decisiones difíciles y heroicas algunas, errores de estrategia y de apreciación otras, y, algunas más, abiertas traiciones a lo que esta tierra debería representar. Pero estamos aquí, a doscientos años. Con la disposición de acudir a la borrachera fenomenal que implica cumplir doscientos años. Sin tener noción clara de la magnitud de la resaca. En estos días de euforia prefabricada debemos volver la vista atrás y preguntarnos si los héroes que celebramos se sentirían orgullosos de contemplar el país que tenemos hoy. Si nosotros podemos reclamar las demandas de esos hombres singulares como nuestras. Si lo que hoy somos justifica toda la sangre derramada y las vidas sacrificadas por los hombres y mujeres del pueblo que buscaban cambios sustanciales para ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos.
          La respuesta a estas preguntas tal vez llegue a cuestionar la pertinencia de este festín al estilo romano, en donde sobrará el circo y a muchos les faltará el pan.

2 comentarios:

Victor Jurado Acevedo dijo...

Hoy termina las entrega de la fabrica de polvo y le doy las gracias al amigo Edgar Mora por su visión de la historia

La patria en sus festejos deja de ser noticia, la algarabía a terminado. solo rescatamos algo, que los hombres que inventaron lo que llamamos México, fueron mortales y todos muertos por la traición, en el refregó, o en el paredón, tras la sombra de una historia mil veces contada con distintos acentos donde la traición solo se esconde tras el polvo de las carabinas. Gracias fabrica de polvo. Gracias alquimista de las palabras mil gracia por tu trabajo.

El Corsario Negro dijo...

Muchas gracias, fueron unas entradas extraordinarias.