jueves, mayo 17, 2012

Yo fui un antropólogo zombi



Una cosa es cierta: los libros, las películas y la vida nunca son la misma cosa. Los textos no se modifican, las imágenes no cambian y las experiencias son las mismas en lo absoluto, pero en nuestra percepción y memoria se transforman con cada nuevo dato, vivencia, juicio (y prejuicio) que atesoramos.
         Hace muchos años, debieron ser los noventa, vi The Serpent & The Rainbow (Wes Craven, 1988), una película basada en un famoso (y sensacionalista) libro escrito por Wade Davis, un antropólogo cuya ocupación consistía en ir a remotas tierras alejadas de la civilización a despojar de conocimientos médicos ancestrales a las sociedades que encuentran en la naturaleza la manera de sobrevivir y curar enfermedades.
         La película se sitúa en Haití, durante los motines que expulsarán del país a Jean Claude Duvalier (Baby Doc) del poder dinástico que se había consolidado desde los tiempos en que su padre, François, había gobernado la isla. La misión del alter ego de Davis, llamado aquí Dennis Allan (Bill Pullman), es conseguir la sustancia que los guardias presidenciales (los Tonton Macoutes, que en realidad tendrían que ser los Leopardos; los primeros fueron parcialmente exterminados por Baby Doc a la muerte de su padre) y diversos chamanes practicantes del vudú utilizaban para crear zombis. En ese esfuerzo de verosimilitud histórica la sustancia incluso tiene un nombre: la tetradotoxina, misma que, apunta el epílogo del filme, “se sigue estudiando”.
         A lo que voy con la reflexión del primer párrafo es que recordaba una película anodina, palomera y desechable. Y lo es. Pero que, ahora que la volví a ver, encontré algunas cuestiones que me pasaron por alto la primera vez: primero, hay un esfuerzo de Craven por hacer que el Haití de las revueltas sea verosímil, y lo consigue; el ambiente de los caseríos miserables y el aspecto de sus habitantes no desentona con el que podíamos observar, por ejemplo, en los reportajes sobre el terremoto de 2010. Hay además ese esfuerzo por significar el papel que el vudú tiene dentro de la sociedad haitiana. Aparece por ahí un cuadro casi documental en el cual se explica la relación más que sincrética entre la deidad Erzulie, la diosa vudú del amor, y la virgen María, inserta en un catolicismo retorcido hasta lo bizarro. Los momentos de terror y sobresalto no han perdido efectividad. Hay una elaboración que resulta bien lograda del mundo onírico que Allan experimenta a raíz de las sustancias que consume. El personaje del mentor del antropólogo, un anciano académico que no desdeña el poder de lo místico y sobrenatural, consigue sembrar en el espectador la posibilidad de que eso que se plantea “sea cierto”.
         Al final, los zombis resultan pintorescos, pero no las causas de su origen. Venganzas políticas en las cuales se afirmaba que los Tonton Macoutes aprisionaban las almas de los cautivos para poder usarlos a su conveniencia; rumores acerca de la capacidad de varios sacerdotes vudú para dominar la mente de aquellos que se consideraban más débiles mentalmente; haitianos ilustrados que, a pesar de su educación, seguían creyendo y practicando los rituales de sus abuelos.  
         Si algo hay que reprocharle a la cinta es el final por completo hollywoodense. Un final que no le pide nada a los desenlaces de las mejores películas de El Santo: patadas voladoras y efectos visuales chafitas incluidos. Lo rescatable: la renovación receptiva de un entretenimiento que muda en testimonio del imaginario creado alrededor de la figura de los muertos vivientes.

2 comentarios:

Jo dijo...

http://gatagrana.blogspot.com.es/search/label/zombie-amor

ora.... pues yo me quede pensando en esto....

Édgar Adrián Mora dijo...

:-D Pinche zombi calentón.