miércoles, junio 27, 2012

Padre Nuestro que estás en los huevos... de alien


El mito de Prometeo plantea la idea de un titán que se rebela ante los designios de los dioses, en específico de Zeus, en beneficio de los hombres. Roba el fuego del carro de Helios y lo entrega a los humanos después de que el padre de los dioses se los arrebató como venganza por un engaño relacionado con las ganancias de un holocausto. Por estas mañas, Prometeo es condenado a vivir eternamente atado a una roca del Cáucaso mientras las aves de rapiña le devoran las entrañas que milagrosamente retoñan para perpetuar su sufrimiento.
      En interpretaciones posteriores, Prometeo es considerado como el dios que convirtió al hombre en tal, es decir, que el fuego (“esa flor civilizadora” en la versión de Alfonso Reyes), como metáfora del conocimiento, convirtió al hombre en alguien que podía cuestionar y acercarse a los dioses.
      Esta es probablemente la premisa de la que parte Prometheus (EU, Ridley Scott, 2012). Una odisea espacial que rinde parcial homenaje a los ambientes asépticos que Stanley Kubrick usó como escenario para su 2001 (1968), y que intenta bucear, también, en cuestiones metafísicas, pero que naufraga al transformarse en un blockbuster en absoluto predecible.


Nos encontramos ante una cinta que plantea la existencia de la vida en la Tierra como el designio de una especie extraterrestre superior. La cinta inicia con una secuencia en la cual vemos a uno de estos humanoides extraterrestres inmolarse en una cascada de aguas turbulentas para permitir que la vida “se abra paso” a través del tiempo y de la evolución. Para los que afirman que la cinta reafirma la postura creacionista y niega las teorías darwinianas cabría reparar en el hecho de que lo planteado en la cinta, más bien, reafirma las ideas evolucionistas con una acotación: la vida vino de fuera de nuestro planeta.
      A finales del siglo XXI, una nave tripulada (la Prometheus del título) vaga por el espacio en búsqueda de esa civilización que se supone dio origen a la vida en nuestro planeta. En la tripulación caben todos: androides con complejo de Pinocho, científicos que se aferran a sus crucifijos, operadores calenturientos, locos de atar, narcisistas insufribles y una comandante de misión en uniforme ajustado y brillante. Lo que anima el viaje y la historia misma radica en la posibilidad de preguntar de manera directa a los “ingenieros” de la vida humana el propósito de su creación. O es al menos el pretexto. 
 
Los silbidos, ¿se escucharán en el espacio?

Como en toda buena cinta palomera que se respete, aparece pronto el verdadero motivo del viaje: el financiador de la travesía busca la vida eterna; su decadente humanidad aparece hacia la mitad de la película pidiendo hablar con sus creadores para solicitar la gracia de la longevidad ilimitada. Como buen villano, recibe su cometido y es escarmentado.
      A todo esto, lo que parecía un templo extraterrestre resulta una nave espacial que se dirigía a la Tierra con un cargamento de bombas biológicas destinadas a terminar con la vida. Y la pregunta muda de sentido, ya no es la búsqueda del porqué de la creación sino el porqué de la intención de exterminio. Los ingenieros se dirigían a la Tierra a poner el marcha el Apocalipsis en forma de huevos de alien cuando una providencial tragedia a bordo los extermina. Adivinaron: su propia creación se vuelve contra ellos. El arsenal, en forma de gigantesca incubadora de aliens, ha acusado una fuga que se tradujo en determinado momento en cuestión mortal y en la razón de la muerte de los tripulantes de la nave de los “ingenieros”. 
 
La nueva versión de Ripley, justo después de una "alien-extracción".

A pesar de plantear una mitología distinta con respecto de su referente inmediato, Alien (Scott, 1979), el director no se resiste a plantear algunos motivos que aparecían en las cintas precedentes/consecuentes: una protagonista con capacidades sobrehumanas que tiene, al mismo tiempo, la capacidad de recuperarse de una cirugía mayor en unos cuantos segundos y tener sentimientos relacionados con el instinto maternal: una reinterpretación matizada de la teniente Ripley de Jean Pierre Jeunet en Alien: Resurrection (1997) que no llega a los delirios de la versión del francés; una recurrencia a los motivos de los androides y sus maneras de mimetizarse en un mundo de humanos, cuestión abordada por demás en toda la serie del octavo pasajero y, de manera específica, en Blade Runner (1982) del mismo Scott; los motivos ocultos y egoístas de las corporaciones; entre otros. 
 
El ingeniero inmolado, antes de echarse el drink desintegrador. 

Lo que parecía un alegato en favor de una tesis nada descabellada (el origen extraterrestre de la vida) muda en una cinta de entretenimiento con todo y explosión espectacular final. Los resultados obtenidos por la película traicionan por igual las expectativas del espectador aficionado a la ciencia ficción como del fanático incondicional de la serie.
      El mejor consejo sería ése: vaya a verla despojado de expectativas. O se verá bostezando como alien a la mitad de la película.

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