martes, julio 03, 2012

Saldo electoral



A mis saltamontes,
sobre todo a los menores 
de edad que no pudieron votar.

Después de la terrible jornada del 1 de julio (los años venideros darán las razones del porqué) quedan varias cosas necesarias de poner sobre la mesa de la reflexión, la autocrítica y la necesidad de proyectos a largo plazo.


Lo obvio
Existieron anomalías cuya referencia fueron a los años en los cuales el PRI conseguía refrendar su hegemonía de partido único: compra de votos, coacción, amenazas veladas, robo de urnas, validación de una estructura fundamentada en el reparto de prebendas y puestos menores, entre las más evidentes. El adelanto de resultados por parte de la autoridad electoral, el pronunciamiento triunfal del candidato del PRI, el refrendo de tal postura por parte de la Presidencia de la República. Esto si hablamos de lo ocurrido durante la jornada electoral de este domingo. Lo otro es más complejo y menos clandestino.
¿Y qué es lo otro? La falta de operatividad en lo que respecta a denuncias de exceso de topes para gasto de campaña, inequidad en los contenidos editoriales de los medios de comunicación, manipulación hoy aceptada de las encuestas de intención del voto. Estas denuncias corresponde solucionarlas tanto a la Fepade como al IFE. Sin embargo, la morosidad, omisión o desecho de la mayoría de estas denuncias (ojo, tanto en lo que respecta a la elección federal como a las locales) hizo que se pasaran por alto, de manera sistemática, la mayoría de éstas. La resolución de tales controversias se definirá hasta que el proceso electoral haya concluido. Y no hay que pasar por alto que esto incluye a las denuncias hechas incluso en contra del candidato de Movimiento Ciudadano.
Esto nos permite también hacer una reflexión con respecto de cómo se permitieron todas estas cuestiones, a todas luces incoherentes con una democracia consolidada. Hay una red de complicidades detrás de los acuerdos entre partidos. Algo que puede resumirse con un “si no te metes con nosotros, no lo hacemos contigo”. Máxima que funciona hasta que el control de daños empuja el reclamo de tales irregularidades mientras se ausenta la autocrítica.

La coyuntura
Existe en el momento actual un malestar evidente y justificado con el resultado del proceso, tal como se llevó a cabo y antes de la revisión de las actas distritales del día de mañana. Los ecos resuenan en las redes sociales, en las comidas familiares, en los centros de trabajo, en las discusiones de los “especialistas” de los medios. Las posturas van desde la revuelta armada, la revuelta civil, la necedad reeditada, la resistencia pacífica, el asalto al IFE, la manifestación desbordada.
         Y ese es el adjetivo que cabe para la situación actual: el desbordamiento. La catarsis inmediata por un resultado contrario; inesperado y desesperanzador con respecto de sus confianzas más íntimas. Es decir, campeaba un sentimiento de confianza esperanzada con respecto del proceso del domingo: la idea de que los resultados fueran distintos. Como no lo fueron, la indignación es enorme. Pero es una indignación matizada con un grito que resulta contradictorio: ¡ya sabíamos que iba a pasar! Es decir, se sabía que ocurriría, pero se tenía la esperanza de que a último momento no fuera así.
         Y ha comenzado un momento de crisis y de rompimiento del tejido social. Sobre todo en los espacios en los cuales esa indignación puede ser expresada: las redes sociales, las reuniones partidistas, el seno de los movimientos sociales de diverso signo, la estructura de base de los candidatos, etcétera. Esa expresión de inconformidad se manifiesta, sobre todo, en las capas medias y altas. El otro México, el México profundo de Bonfil Batalla para no dejar pasar la oportunidad del cliché, no se manifiesta ni parece sorprendido. Son los responsabilizados, también, de haber permitido el fraude al haber vendido su voto (y su dignidad, dicen los más encendidos).
         Paremos un poco aquí. En esas imágenes que muestran a indígenas que se tapan de la lluvia con paraguas tricolores con la impresión del rostro del candidatote. Pensemos en las mujeres que votaron porque éste era “el más guapo”. En los operadores que acarrearon y compraron el voto de ciudadanos esperanzados en la promesa de un pago inmediato y un compromiso a mediano plazo. ¿Qué es lo que ha permitido que esto ocurra? Por un lado, el sistema de partidos; por el otro, la ausencia de ciudadanía (regreso al final del texto a esto).
         Una cuestión más que anima la discusión tiene que ver con una precepción que se vuelve argumento: “toda la gente que conozco votó por AMLO, ¿cómo pudo ganar Peña Nieto?”. Una respuesta que suena a provocación es: “por toda la gente que uno no conoce”. Hay un fenómeno que deberá ser estudiado con respecto de los espacios de influencia y percepción que tejen tanto las redes sociales cerradas (como Facebook, donde uno decide con quién tener relaciones de intercambio de información) como las abiertas (como Twitter, que sería en todo caso parcialmente abierta: uno decide a quién seguir leyendo y a quién ignorar). La interacción en estos medios crea un espacio de seguridad para las creencias y gustos propios. Elementos a considerar en este sentido: la enorme cantidad de personas que no tienen acceso, ya no digamos a redes sociales o internet, sino a energía eléctrica o servicios básicos. Es en esos numerosos desconocidos en donde se fragua la compra, la coacción y el acarreo de votos. ¿Y cuáles son los elementos que permiten que los votos de esas personas sean comprados? Decir el hambre y la ignorancia suena políticamente incorrecto. Pero es eso: el hambre y la falta de educación. Los conspiracionistas del “al gobierno le conviene tener ignorante al pueblo” tendrían aquí un ejemplo para su argumentación.
         Una deriva de ese desconocimiento del otro lo representa el centralismo. Ya no el centralismo de la Ciudad de México, sino incluso el de los centros urbanos o los medianamente tecnificados (las ciudades de frontera, p. e.). Si uno revisa los resultados electorales del PREP en algunas zonas en donde la izquierda no tiene presencia nos daremos cuenta que sus números son muy pequeños; incluso que representan a la tercera fuerza electoral en pugna. A diferencia de las ciudades descritas al inicio de este párrafo en donde tienen porcentajes incluso por arriba del 50 % de los votos emitidos. Eso implica que la estructura de los partidos involucrados no tiene la misma fuerza ni estructura en todas las comunidades del país. En algunos, incluso, los partidos han echado mano del descontento de los tránsfugas de otros institutos políticos para tratar de tener presencia. No son casos aislados en donde esas provisionales alianzas son traicionadas de último momento.
         ¿Qué es lo que sigue a partir de esta coyuntura? Es difícil de predecir. Probablemente un litigio prolongado vía las instituciones que han mostrado su parcialidad pero que representan el único aparato de apelación por la vía legal; o una revuelta civil en donde el fantasma de la represión es una de las amenazas más dolorosas y simbólicas, tanto para los que se encargarían de ejecutarla (un gobierno que no es del partido electo) como por aquellos que la sufrirían (mos). Pronóstico reservado.

El futuro
Nadie puede negar que el conflicto poselectoral de 2006 trajo consigo reformas que intentaron corregir situaciones similares a las de aquel año. Es decir, que se previó que la historia no se repitiera de manera idéntica. En este sentido, la institución que tuvo mayor responsabilidad fue el IFE. Sin embargo, para el escenario actual no funcionó con la certeza suficiente como para evitar las sospechas de parcialidad. Es necesario pensar de qué manera se pueden eliminar esas sospechas, qué mecanismos se deben afinar para que las denuncias se atiendan y resuelvan de manera expedita. Esto, desde los aparatos de justicia “burgueses a conveniencia” como leí en algún post estos últimos días.
         Lo otro es más profundo. No podemos estar condicionados a la explosión de las pasiones partidistas o militantes sólo cada seis años. Esas pasiones, mientras no son conscientes y constantes como parte fundamental de nuestras obligaciones y derechos como ciudadanos no auguran que la situación cambie en procesos electorales futuros. Debemos crear ciudadanía y conciencia acerca de lo que tal cosa representa. Es decir, se debe romper con la visión de súbditos incondicionales, de manada sin control, de masa manipulable.
         El camino a todo esto es la educación de calidad. El reforzamiento del conocimiento del pasado y de lo que implica ejercer los derechos que se han ganado a lo largo de los años en esa persecución del ideal democrático. Esto resulta, ahora, misión más complicada debido a que, de consumarse la alternancia/retroceso del poder, el aparato educativo no cambiará de formas de operación, conservando la visión utilitarista y precaria que ha tenido hasta nuestros días. Educación de calidad para todos. Sobre todo para aquellos a los cuales hoy se acusa de haber sido seducidos por la satisfacción de la necesidad inmediata.
         ¿Qué acciones tomará la sociedad civil (en donde han surgido manifestaciones impresionantes, y que marcarán a una generación, como #YoSoy132) para garantizar que aquellos reciban una educación que los haga replantearse la decisión ética de rematar su voto? ¿De qué medios se valdrá para que los mecanismos que se ofrezcan no sean los mismos que se han planteado como simulación estatal en los últimos ochenta y dos años?
         Algunos dirán que los culpables son los medios. Los medios son eso: medios que permiten la transmisión de un mensaje que se pretende hegemónico a una masa y que busca una interpretación unívoca (generalmente inofensiva o inmovilizadora) de ese mensaje. Pero antes de los medios están los individuos, ésos que pueden convertirse en ciudadanos. ¿Cómo garantizar que esos mensajes que buscan implantar una visión del mundo unívoca y afín a los intereses de los dueños de tales medios no encuentren terreno fértil sino resistencia crítica? Con educación que fundamente precisamente eso: pensamiento crítico, exigencia del derecho a disentir y ejercicio feroz de su ciudadanía. Lo demás es seguir jugando con las mismas reglas que el sistema ha impuesto hasta ahora.
         En estos días he visto las manifestaciones de rabia e impotencia de varios de mis estudiantes de prepa. Muchos de ellos no pudieron votar porque no tienen edad para hacerlo. Pero tienen ya, a esta edad, elementos para leer de manera crítica lo que ocurre en su país. Para que les resulte incomprensible cómo, incluso sus padres, decidieron regresar a los tiempos de los cuales siempre se han quejado. Algunos han escrito en sus muros de Facebook que esperan con ansiedad el momento en que puedan votar para revertir algo en lo que no pudieron participar. Serán los electores de los próximos comicios. Ellos están listos. Pero son minoría. ¿Qué estamos dispuestos los demás a hacer para que el resto de esos ciudadanos en ciernes, y de aquellos que ni siquiera saben que lo son, puedan ejercer sus derechos de manera responsable? Sugiero una verdadera (eficaz) revuelta. Yo ya escogí mi trinchera. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dicen que la Revolución en Egipto logró derrocar al dictador Mubarak, pero instauró una junta militar. Los egipcios no sabían si eso había sido peor o mejor. Hace algunos meses López Obrador hacía mención al mismo hecho. Decía que lo mejor era la vía pacífica y a través de las instituciones. Hoy, lamentablemente vemos que las instituciones no atienden al reclamo de la mayoría, sino al mandato de una minoría.

La situación es compleja. ¿Será acaso la vía que tomo Egipto la correcta? ¿Habrá que esperar para que al país se lo termine llevando la chingada por completo? Yo creo que estamos ya en el punto más bajo y no hay nada que perder si se elige el primer camino. Pero eso también abre la posibilidad a una intervención extranjera ¿Es que no la hay ya? ¿Se vulneraría nuestra soberanía? ¿Es acaso tenemos una?

Las preguntas están en el aire. La Revolución de 1917 a cien años de ella trajo cambios, pero afianzó en el poder a un solo partido hegemónico. Siempre hay un costo que pagar. Está demostrado a lo largo de la historia que solamente el derramamiento de sangre produce verdaderos cambios. ¿Estaremos dispuestos a dar la vida por un futuro mejor para los que vienen?