jueves, agosto 09, 2012

Dragones dentro de la cabeza


¿Quién no intentó alguna vez, por pura ociosidad, concentrarse de manera insistente en un objeto para intentar moverlo con “el poder de la mente”? ¿Quién no se sorprendió, un día que se dirigía a un lugar distinto, descubrirse en la ruta que de manera más frecuente tomaba? ¿Quién no se ha cuestionado de manera insistente acerca de la razón por la cual, muchas veces, terminamos haciendo lo contrario de aquello que hemos razonado con profundidad? ¿Alguien que no haya tenido la ilusión de poder entender a los animales y hablar con ellos? ¿Alguno que se deprime porque reconoce que no puede aprender ciertas cosas con la facilidad o velocidad que otros?
      Muchas de las respuestas a esas preguntas tienen que ver con la historia del cerebro. O, como lo dice Carl Sagan, con la evolución de la inteligencia humana. Los dragones del Edén es un libro que se escribió en 1977 y que fue galardonado con el Premio Pulitzer. En este largo ensayo, Sagan nos hace una descripción densa acerca de las razones por las cuales el hombre se ha convertido en el ser dominante sobre la faz del planeta. Y la respuesta a eso se encuentra en la manera en cómo nuestro cerebro ha evolucionado.
      Sagan consigue poner en términos accesibles infinidad de estudios académicos que exploran múltiples cuestiones asociadas al cerebro humano: desde el desarrollo en las etapas embrionarias, hasta la manera en cómo se pueden manipular los estados del sueño con un monitoreo adecuado. Aborda temas como la cercanía que tenemos con muchas de las formas de vida que pueblan actualmente el planeta, y en la remota posibilidad de que visitantes extraterrestres puedan parecerse a nosotros.
     Con una erudición envidiable, Sagan relaciona por igual pasajes de La Biblia con estudios neurológicos, biografías de personajes famosos con la crónica de la génesis de los videojuegos, la importancia de la invención de la escritura con la mitología griega. Es una demostración de interdisciplina que muy pocas veces se logra. Pero, en este caso, hablamos de Sagan. Un tipo que se permite, en un capítulo, hermanar un versículo del Libro de Job con un extracto de El origen del hombre de Charles Darwin.
      Porque este libro es, al final, un intento de explicación del origen del hombre. Del origen tanto biológico como conceptual; es decir, el autor explora por igual el momento en el cual los ancestros antropoides del hombre dieron origen al Homo sapiens, como la interpretación acerca de los hechos que le otorgaron “humanidad” al animal hombre. De la Alicia de Carroll al Prometeo de la mitología griega, Sagan construye un texto que se lee con regocijo por una razón simple: en éste se encuentra una explicación acerca de lo que somos, una descripción identitaria.
     La figura del dragón hermanada con la de los reptiles. Algo de reptil hay en nosotros, nuestra parte bestial está relacionada, precisamente, con la manera en cómo se desarrolló el cerebro de los reptiles y cómo esa temprana adaptación prevalece en la configuración cerebral humana. La serpiente del Edén, nos recuerda Sagan, fue obligada a arrastrarse sobre su vientre después de haber inducido a la pérdida de la virtud de los humanos que habitaban el paraíso. Es decir, le fueron amputadas las patas que utilizaba para transportarse. Esa serpiente pudo haber sido, sin mayores problemas, un dragón como los que la iconografía y la imaginación medieval encumbraron como encarnación de los miedos y del Mal.
      Hay también visiones del futuro en esta novela. Especulaciones que se hicieron en los albores de la computación y que, al leerlos después de saber en qué se ha convertido la relación entre los ordenadores y el hombre, no nos deja más que concebir con cierta ternura algunas de las previsiones de Sagan, que se quedan cortas. Pero también admiración, porque fue capaz de prever muchas de las cosas que ahora experimentamos como cuestiones cotidianas. La interconexión, el acceso a las computadoras personales, el desarrollo de los videojuegos, etc.
      Es un libro que deja patente que la naturaleza de Carl Sagan fue la de ser un imaginador informado. Y un genial divulgador de la ciencia, probablemente el más grande. Un fragmento de la obra:
Lo que acredita nuestra condición humana no es lo que parecemos, sino lo que somos. La razón por la que prohibimos dar muerte a otro ser humano debe sustentarse en alguna cualidad peculiar del hombre, cualidad a la que conferimos especial valor y que pocos o ningún organismo de la Tierra posee. Es indudable que la humanidad de un ser no viene determinada por el hecho de que sea capaz de sentir dolor o emociones intensas, ya que entonces deberíamos extender este criterio a los animales a los que damos muerte gratuitamente. Creo que la cualidad humana básica no puede ser otra que nuestra inteligencia.

Carl Sagan, Los dragones del Edén. Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana, México, Planeta DeAgostini, 2003.

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