miércoles, febrero 18, 2015

Cenizas



Por diversas razones he pensado este día en la muerte. No se alarmen, lo digo en sentido de reflexión acerca de cómo esta idea tiene pertinencia dentro de la concepción del ser humano. Una de las razones fue para ayudar en su tarea a una exalumna. Le pidieron preguntarle a varias personas qué consideraban que definía al ser humano. Le respondí que era la conciencia de su propia finitud, es decir, el ser humano sabe que va a morir y de ahí muchos de sus comportamientos. También que podía expresar su conciencia de pertenecer al mundo a través de un lenguaje complejo, pero lo que más quedó resonando en mi cabeza fue la cuestión de la muerte.
         Luego platiqué con unos colegas en el trabajo acerca de la locura que habita en todos y cada uno de los humanos. En las circunstancias que llevarían a una persona a explotar y llevar sus frustraciones o su desorden mental hasta el grado del asesinato. Y bueno, afloró el nihilista que habita en mí y les expresé una idea que regresa de manera cíclica: la especie humana está condenada a la extinción. Con mucha probabilidad no nos tocará verlo, o tal vez sí (eso también nos hace humanos: la capacidad para sorprender a los otros con actos inspirados por la estupidez y el fanatismo), pero que yo no le daba a nuestra especie más de doscientos años. Y que, a pesar de los esfuerzos de algunas personas poderosas por buscar planetas que habitar cuando el actual esté arruinado, no alcanzaría el tiempo para encontrar otra opción de sobrevivencia. Tal vez mi visión sea de un pesimismo horrendo, pero dadas las actuales circunstancias me parece un diagnóstico incluso optimista.
         Otra razón fue la naturaleza religiosa del día de hoy. Miércoles de Ceniza dentro de la tradición católica. El símbolo que representa el inicio del recogimiento antes de la celebración de la Semana Santa que es, a su vez, la celebración de la muerte del Mesías cristiano. Pero también de su resurrección, es decir, del cuestionamiento de su naturaleza humana. Y aparece entonces la idea de la esperanza: creer que existe la posibilidad de que la muerte no sea el fin. Pero esa vida más allá de la muerte no se concibe en términos materiales, baste aludir a la sentencia de la imposición: “Polvo eres, en polvo te convertirás”. Me parece una de las cosas más hermosas de esta tradición religiosas, el momento en el cual una autoridad reconocida (el sacerdote) le recuerda al ser humano su finitud y su, en cierta medida, insignificancia.
         Me gusta porque también recuerda el lazo indisoluble que tenemos con el suelo que pisamos, lo que nos une a este planeta de polvo, ceniza y agua. En polvo nos convertiremos, todos, incluso los soberbios que se resisten y sufren con la idea de la muerte. Más allá de doscientos años, si mis cálculos resultasen ciertos, flotaremos en medio de las estrellas convertidos en polvo estelar. El polvo producido por la muerte que le infringimos a nuestra propia casa. Cenizas celestiales. 

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