martes, febrero 17, 2015

Necedades



Ya no representa sorpresa alguna constatar que en mis cursos de preparatoria me encuentro con estudiantes que nunca han leído un libro completo. Vamos, ni siquiera los materiales eclécticos y generalmente mal planeados que conocemos como libros de texto gratuitos. A pesar de que el programa de estudios de la institución donde trabajo es más realista que el de otras instituciones, peca del mismo problema: dar por sentado que el estudiante trae un bagaje mínimo que le permitirá acceder a los temas y preocupaciones que ocuparon a los primeros griegos o a los encargados del mester de clerecía o a los agobiados románticos decimonónicos.
          Cada vez que armo un curso busco la manera de conseguir que los muchachos puedan emocionarse con algún texto en medidas similares a la emoción que en mí despiertan esas recomendaciones que me atrevo a hacer en forma de lecturas de trabajo. Y, sin embargo, siempre me queda la sensación de que fracaso de manera rotunda. ¿Cómo explicarle a un chamaco cuya máxima emoción es masacrar la mayor cantidad de “enemigos” en la última versión del videojuego de guerra en primera persona, el dolor que sentí cuando Dumas puso en papel la muerte de D'Artagnan en El vizconde de Bragelonne? ¿Cómo arrancar de su mutismo a una niña cuya mente se encuentra divagando entre las múltiples opciones de poses para selfies y convencerla de que la búsqueda de Pedro Páramo es algo trascendente para ella?
          Me resisto a pensar que el libro es algo que debería pasar a mejor vida y consagrar la enseñanza a herramientas audiovisuales, multimedia y harto contemporáneas. Que las historias que no hablan de los temas de moda no son interesantes. Que el ser humano sólo se puede explicar desde su condición contemporánea y fugaz. Me niego. Y cada vez que lo pienso me siento viejo, anacrónico, de otro mundo.
          Sin embargo, de vez en cuando sucede que alguno de estos jóvenes descubre que hay algo más allá de la pura obligación (terrible palabra, terrible visión) de realizar la lectura de determinado texto. Comienzan a descubrirse a sí mismos a través de esas experiencias impresas. Es en esos momentos en los que vuelvo a creer que vale la pena tanta necedad. Cambiar el destino de uno solo implica incidir en todo un mundo. El mundo en el cual ese único se convierte en amo, arquitecto y director. Y entonces continúo. A pesar de que las estadísticas ganen por nocaut. 

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